El diputado Benicio Robinson, en su más reciente intervención en el Pleno, dejó claro que su estilo confrontativo no conoce límites, lanzando una serie de comentarios de tinte sexista contra la bancada de Vamos.
Al cuestionar la “hombría” de sus miembros y sugerir que “se pongan falda”.
Robinson no solo utilizó una retórica violenta, sino que además reforzó estereotipos machistas que no tienen cabida en un debate parlamentario serio.
Más preocupante aún, insinuó estar dispuesto a resolver diferencias en “cualquier terreno”, en una clara amenaza velada.
Robinson, un veterano político acostumbrado a operar en los márgenes de la impunidad, ha sido una figura central en la perpetuación de prácticas clientelistas y antidemocráticas dentro de la Asamblea Nacional.
Su intento de posicionarse como defensor de las mujeres de Vamos es, como mínimo, una contradicción cínica, especialmente cuando el propio PRD ha estado envuelto en escándalos de violencia de género y protección a figuras cuestionadas.
Su postura agresiva parece más un intento de intimidación que un genuino interés en el bienestar de sus colegas.
El episodio deja en evidencia el deterioro del debate legislativo en Panamá, donde los ataques personales y la violencia verbal desplazan las discusiones sobre temas de fondo.
Que un diputado desafíe abiertamente a sus colegas a una confrontación física en el pleno no es solo una anécdota bochornosa, sino un reflejo del nivel al que ha caído la política nacional.
La pregunta que queda es: ¿hasta cuándo la Asamblea permitirá este tipo de discursos sin consecuencias?

